Rinocryptidaes en Chile. Duendes Guardianes del Bosque Araucano

Si tuviéramos que señalar una familia de aves que fuera la más característica y representativa de Chile, quizás muchos de los entendidos en la materia se inclinarían por indicar que es la familia de los Rinocryptidaes. Al tener la profunda experiencia de adentrase en el Bosque Araucano, el que desde niño me cautivó, con su tupida flora en que las luces y sombras dejan entrever el verde intenso y brillante de las hojas que contrastan con lo oscuro de los troncos, de las ramas y de los rincones donde la tejedora teje su telaraña, recuerdo como si fuera hoy cuando ví como los rayos de sol penetraban desde la altura iluminando una que otra pinta de color Copihue (Lapageria rosea) y de Chilco (Fuchsi magellanica) y percibí el olor a hojas nuevas y viejas y a vida vegetal bullente que emana del suelo húmedo donde habitan pegados a los árboles distintos tonos de Changles (Ramaria flava) que parecen venidos de la profundidad del arrecife que contrastan con los naranjos Digüeñes (Cytaria darwinni) que bailan colgados de las alturas de los Robles (Nothofagus obliqua) amarrados por Lianas que suben y bajan. También viaja por mi memoria, como me tocaba el aire fresco y delgado de epifanía que roza en la piel  y que a la vez entra como cuchillo en los pulmones junto con las últimas neblinas de la mañana, y cuando oí el canto del viento que mueve las altas copas de los grandes Robles (Nothofagus obliqua), Raulíes (Nothofagus alpina) y Coigües (Nothofagus dombeyi) cuyos troncos cubiertos de musgos como viejos barcos de una bahía crujen y duermen con su modorra desde hace siglos, o como columnas de un misterioso gran santuario o más bien piernas de animales prehistóricos gigantes, se levantan hasta el cielo mas allá de la bóveda del follaje hasta la luz, y también el armonioso canto del agua que transita urgente, impávida y cristalina velozmente entre y sobre las arenas, oropeles y piedras amarillas y también cafés, rojas y verdes del cauce, dando recovecos entre los Helechos (Blechnum arcuatum) que la tocan con las puntas de sus dedos transformados en ordenadas ramas, que dibujan los caminos por donde transitan los Burritos de Aguas, insectos cuya levedad les permite pisar sin hundirse sobre el espejo líquido. Todo en un conjunto maravilloso en que el canto severo y penetrante del Chucao (Scelorchius rubecula), de la Turca (Pteroptochos megapodius), del Hued Hued (Pteroptochos tarnii) o del Churrín (Scytalopus magellanicuis), nos advierten que dejamos los dominios del hombre para ingresar a los de otra dimensión donde reinan otras leyes, en el que estas aves son guardianas de secretos antiguos e insondables, como la vida misma, que olvidamos hace muchas generaciones cuando nos fuimos del bosque a nuestros
actuales fogones, techumbres y abrigos, y cuando nos acostumbramos al plástico, al metal, al cemento, al humo y a la ceniza. Pequeños seres que sin dejarse ver nos acompañan y se sienten escarbar bajo las Quilas (Chasquea Cumingii) y los mantos verdes y perfumados del Boldo (Peumus boldus) y del Avellano (Geuvuina avellana), nosotros absortos caminamos atentos entre las hojas y si volvemos la vista al sendero, quizás tengamos la suerte infinita de cruzar la mirada con un Chucao (Scelorchius rubecula), pequeño duende que con su  chaleco gris y colorado, con sus pupilas oscuras y la cabeza un poco ladeada nos mira interrogante e increpante por nuestra imprudencia de habernos adentrado en sus vírgenes dominios.
Muy ilustrativa y evocadora de toda esta experiencia que torpe y pobremente trato de describir en estas líneas, es la notable obra denominada El Reino del Chucao de Daniel Zamudio, que cito en el acápite de Bibliografía de este blog, la que en parte pueden oír en el archivo de audio que a continuación encontrarán.

AUDIOS DANIEL ZAMUDIO (EL REINO DEL CHUCAO):